A quienes me dieron la libertad de mostrar mi vulnerabilidad a través de la escritura y fueron lectores de mis sentimientos.
Gracias, no tienen idea de cuentas veces me salvaron.
Quería morirme, pero no podía.
Era demasiado cobarde para arrebatarme la propia existencia...
Luego de unos meses ya no quería morir, pero lo estaba haciendo.
Me veo en fotografías y no me reconozco,
tres años resumidos en una tristeza imparable,
rodeada de medicamento, cartas quemadas, almohadas encharcadas, un corazón roto y 21 gramos faltantes.
Han pasado al rededor de doscientas semanas y al fin me siento merecedora de mi existencia, de amar, de ser amada.
Es marzo 04, mi corazón no cabe en mi pecho, y los fantasmas en mi cabeza parecen temerme.
No recuerdo la última vez que tuve miedo, no recuerdo quién era el octubre pasado; decidí olvidarla, porque no quiero ser más ella.
No quiero escribir sobre como se siente querer morirse nunca más, solo quiero que leas mis historias de como la nostalgia que nunca desaparece ahora no me roba la vida.
Me he enamorado, me he curado; de eso que llaman ya no querer vivir.
La terapeuta dice que he avanzado, mamá dice que me ve feliz y el espejo me recuerda cada mañana lo afortunada que soy de que aquel diario mal intencionado haya desaparecido.
Me gusta quien soy ahora, que aunque un poco sola, sigo aquí y eso es una gran ventaja.
Y sí, he recuperado los 21 gramos, esos que dicen pesa el alma.
-linda.
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